Editorial
Resumen
Una vez oí decir a un inspector de educación italiano, que es un gran comunicador, que el que sabe y sabe hacer hace y el que sabe y no sabe hacer enseña. Era una especie de chiste entre colegas. ¿Cuántos años cuesta llegar a saber? Y, sobre todo, ¿cómo se llega a saber hacer? Pero, primero: ¿Qué es lo que hay que saber, qué conviene saber hacer? Edgar Morin y Juan Carlos Tedesco, entre otros, hace años que nos han ofrecido interesantes reflexiones sobre el particular.
El tema central de este número se presta al tópico, como en otras ocasiones. Se ha convertido en un lugar común entre nosotros que la formación inicial de las personas requiere no menos de un par de décadas de asistencia a la escuela, a unos establecimientos organizados para educar e instruir a los futuros ciudadanos del mundo global. Aun así, son tantos los conocimientos que se pueden adquirir, que será necesario extender la formación a lo largo de toda la vida. En realidad, sabemos que en el futuro deberemos aprender cosas (conceptos, interpretaciones del mundo, procesos, técnicas...) que aún no se han formulado o que aún no se han difundido y, para ello, nos habrán de servir nuestros saberes anteriores. Hemos de estar dispuestos a aprender y a renovar los aprendizajes. Hemos de ser capaces de aprender a aprender...
En el ciclo anual de la vida todo se renueva o, dicho de otro modo, se recicla. También los saberes. Es una exigencia de la sostenibilidad. Consumo sostenible, economía sostenible, conocimiento sostenible, formación sostenible.
¿Cuál es la cantidad de formación inicial que la hará sostenible en el futuro? A mi entender, aquella que posibilite su renovación, su transformación en nuevos saberes y capacidades de hacer.
Europa, la Europa de la educación, o de la economía basada en el conocimiento, está en ese reto. El compromiso es la mejora y la extensión de la educación de todos los ciudadanos. Educación, desarrollo económico, sostenibilidad y cohesión social van de la mano.
Nos hemos planteado para 2020 unos objetivos ambiciosos, después de constatar que no se alcanzaron los objetivos de 2010, también ambiciosos, pero que se ha avanzado hacia ellos. En España, quizá el indicador que más ha mejorado en los últimos años es el que se refiere al porcentaje de la población adulta en edad laboral (entre 25 y 64 años de edad) con titulación superior a la enseñanza obligatoria, que ha pasado entre 1998 y 2008 del 33 % de la población al 51 %. Ese mismo indicador, referido a la población adulta de menos edad (entre 25 y 34 años), era del 65 % en 2008. Hay que recordar que el nivel de formación de los adultos suele estar en relación directa con el índice de buenos resultados escolares de los más jóvenes.
Con respecto al abandono escolar temprano, o prematuro (entendido como el porcentaje de personas entre 18 y 24 años que, habiendo cursado la enseñanza secundaria obligatoria, no continúan su formación), el objetivo de la Unión Europea para 2020 es reducirlo por debajo del 10 % de la población. Es el mismo punto de referencia que se marcó para 2010. España se sitúa, en términos porcentuales, un poco por encima del doble del índice de la Unión Europea, que es del 15 % en 2008. Ha disminuido en la primera década del siglo XXI, pero ha disminuido poco.
No parece posible que lleguemos a cumplir el objetivo marcado, pero debemos aproximarnos tanto como sea factible. La relación directa entre nivel de formación y tasa de ocupación (a mayor nivel de formación, mayor y mejor ocupación) se constata regularmente en los informes que se publican periódicamente, al igual que se constata la reducción de otros parámetros de desigualdad, como el referido a la calidad del empleo de la mujer, cuanto mayor es la formación.
Aspiramos a lograr mayor cohesión social y más igualdad entre las personas, mayor conocimiento, mayor desarrollo y más libertad. Son objetivos irrenunciables y estrechamente relacionados.
Ángel Diez Baldero
Presidente de ADIDE-FEDERACIÓN
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