Editorial

Autores/as

  • Ángel Díez Baldero

Resumen

En mi primera niñez, en un pueblo del norte de Burgos, aprendí de manera natural el castellano, que era la lengua familiar y también la de la comunidad. Recuerdo vagamente algunos ecos en lo que después supe que era euskera, que sonaban a veces en la calle. En la iglesia, el latín, lengua poderosa de unos pocos iniciados. Mi padre sabía latín. De él aprendí algunas frases y algunos dichos jocosos, que repetía en momentos de expansión en las reuniones familiares.

En mi segunda niñez, ya en Barcelona, me acostumbré a oír expresiones en catalán. En cualquier situación, había gentes que usaban el catalán con la misma naturalidad que nosotros lo hacíamos con el castellano. Sin darme cuenta, aprendí a hablar catalán, aunque no se enseñaba en la escuela.

En la universidad se daban las clases en castellano, pero ya entonces el catalán estaba presente en todos los ámbitos de la sociedad. A veces, algún profesor recomendaba libros o artículos en lenguas extranjeras. A saber, en francés o en inglés. La lectura en francés era asequible. En inglés, solo para una minoría.

Europa quedaba distante: tan cerca, tan lejos. Poco a poco, sin embargo, Europa se fue metiendo en el salón de nuestras casas (una parte del comedor donde estaba la televisión en blanco y negro). El turismo, los Beatles, el mayo del 68, las noticias sobre los trabajadores españoles en Francia o Alemania. La radio nos ofrecía programas evocadores de nostalgias patrias: De España para los españoles.

Empezamos a viajar -nada que ver con los actuales Erasmus-, y descubrimos que nuestra moneda valía poco al convertirla en francos o en libras; en liras parecía mejor el cambio, pero todo costaba miles de liras.

En los estudios de filología, se aprendía que las lenguas no se corresponden palabra por palabra, que tampoco se corresponden exactamente los fonemas, que hay lenguas que se escriben de izquierda a derecha y otras de derecha a izquierda, y aun otras en sentido vertical. También se aprendía que cada lengua encierra una determinada visión del mundo, una Weltanschaung, y que la diversidad de lenguas es riqueza y no una maldición bíblica.

Hay lenguas, como el castellano, o español, habladas por cientos de millones de personas en todo el mundo, y lenguas habladas por unos pocos millones o unos pocos miles o cientos de personas. Todas son patrimonio inmaterial de la humanidad, un tesoro vivo, en continua evolución.

La lengua materna conforma, en cierto sentido, nuestra manera de ser y de entender el mundo. Está en la raíz de nuestra cultura y es la muleta en la que nos apoyamos para relacionarnos con los otros. Apreciar nuestra lengua no está reñido, sin embargo, con el respeto profundo por las restantes lenguas. Vivimos, cada vez más, en una sociedad de lenguas en contacto, de culturas que se mezclan y se renuevan. En algunos lugares, los territorios lingüísticos se confunden y surgen lenguas híbridas, fruto de la capacidad creativa de los hablantes (el spanglish, por ejemplo). En muchos lugares, el contacto favorece el bilingüismo o da lugar a una cierta diglosia. Son fenómenos naturales.

La tentación para algunos es encerrarse en su propia lengua. Lo más inteligente, a mi entender, es abrirse al conocimiento de otras lenguas y culturas. En determinados momentos de la historia, una u otra lengua, asociada al poder del estado más poderoso en un cierto período histórico, parece imponerse. Ocurre ahora con el inglés, a escala global, y antes con el español o con el latín, en una escala menor.

Si entendemos inglés, podemos seguir en tiempo real las noticias que se producen en cualquier parte del mundo. Al Jazeera o Russia Today, por ejemplo, emiten en inglés las veinticuatro horas del día. Bien, aprendamos inglés. Y ¿por qué no favorecer el aprendizaje del árabe o del chino, así como el de todas las lenguas oficiales de España? Y ¿qué decir de las lenguas de Europa? Por supuesto, favorecer el conocimiento de las lenguas europeas entre los ciudadanos europeos nos va a aproximar y va a ampliar la visión de nosotros mismos.

Avanzamos hacia una sociedad más abierta, de miras más amplias. Las obras de Shakespeare, de Cervantes, de Petrarca o de Tolstoi, así como el pensamiento de Confucio o la poesía de Al Jayyam o de Tagore son patrimonio de todos.

El mundo global es un mundo plurilingüe. Somos distintos, pero esencialmente iguales. Cultivar nuestra lengua, conocer otras y apreciar la riqueza de todas nos hace más personas.

Ángel Diez Baldero

Presidente de ADIDE-FEDERACIÓN

Cómo citar

Díez Baldero, Ángel. (2010). Editorial. Avances En Supervisión Educativa, (13). Recuperado a partir de https://avances.adide.org/index.php/ase/article/view/385

Publicado

2010-10-01